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El Silencio del Museo: El Piano que Aún Canta
En las afueras de la ciudad, oculto entre maleza y polvo, yace un museo olvidado por el tiempo. Sus paredes desconchadas y vitrinas vacías apenas recuerdan los días en que cientos de personas recorrían sus pasillos. Sin embargo, en el corazón de su sala principal, aún se mantiene intacto su tesoro más preciado: un piano de cola negro, silencioso pero eterno.
Dicen que fue traído desde Europa a fines del siglo XIX, tallado a mano, con teclas de marfil y cuerdas que alguna vez hicieron vibrar los muros de mármol con valses y nocturnos. El piano no solo era una pieza de exhibición; también era la voz del museo. Cada domingo, un pianista invitado llenaba el edificio con música, atrayendo a quienes buscaban cultura, consuelo o simplemente una pausa del mundo exterior.
Con el cierre del museo hace más de tres décadas, el piano dejó de sonar. Pero los rumores persisten: visitantes ocasionales aseguran haber escuchado notas sueltas durante la noche, como si alguien —o algo— aún tocara entre sombras. Otros afirman que el piano está maldito, que guarda dentro una historia que nadie ha querido contar.
Hoy, el museo se encuentra sumido en la decadencia, pero el piano sigue ahí, imperturbable, como esperando una última canción. Quizá no esté del todo muerto. Quizá, en lo profundo de su madera agrietada, aún habita un eco de lo que alguna vez fue. Y tal vez, sólo tal vez, quien se atreva a tocarlo escuche algo más que música.


