Sueños de arcilla: conocé el taller de cerámica de Ramona Luna
Sueños de arcilla: conocé el taller de cerámica de Ramona Luna
La artesana de Tafí del Valle te invita a sumergirte en su mundo moldeado a mano.
Hay manos capaces de crear tesoros desde la nada misma y un ejemplo vivo de ello es Ramona Luna, integrante desde hace años de la Ruta del Artesano Manos del Valle Calchaquí. Las suyas tienen el don de dar forma a la arcilla y convertirla en piezas que conservan la esencia profunda de su tierra.
La arcilla —su materia prima por excelencia— llega desde su lugar de origen en forma de piedra y atraviesa un largo proceso de molienda, lavado, colado, drenado, secado y amasado hasta volverse una masa lista para transformarse en una infinidad de objetos únicos.
Quien visita su taller suele encontrar a Ramona literalmente “con las manos en la masa”. Sus palmas están siempre cubiertas por ese sedimento arcilloso que le da vida a cada creación, mientras su mirada, concentrada, sigue el nacimiento de una nueva pieza: urnas funerarias, sahumadoras, platos, máscaras, campanitas, pequeños animales decorativos y muchos otros adornos que sorprenden por su detalle y artesanía.
El modelado es la etapa más delicada, ya que la arcilla es frágil y sensible a cada movimiento. “Sabemos que la masa está lista cuando tiene un leve brillo”, explica Ramona mientras trabaja una sahumadora que algún día llevará fuego. Su técnica consiste en superponer “chorizos” de masa y unirlos con arcilla diluida, una especie de pegamento natural. “Este trabajo es mucho de prueba y error”, cuenta sin levantar la vista, mientras la humedad justa de la mezcla define la suerte de cada curva.
El tiempo de secado, dice, depende siempre del clima y se realiza a la sombra y bien cubierto. “Cuando está en estado de ‘cuero’, se pule para darle brillo y se le hacen huellas o dibujos con diferentes instrumentos”, detalla. Una vez seca, la pieza pasa al horno, construido también de arcilla. En su interior se arma un colchón de ladrillos donde se acomodan cuidadosamente todas las piezas. Luego el horno se tapa y se sella con arcilla para conservar el calor. Solo queda un pequeño respiradero para que escapen el humo y el vapor. El fuego, que comienza lejos, avanza lentamente hasta envolverlo todo: la cocción dura entre 10 y 13 horas, y el horno permanece cerrado tres días y tres noches antes de revelar el resultado final.
“Recién ahí se puede ver cómo quedaron las piezas. Incluso recién ahí se les pone precio, porque cambian de forma y color dentro del horno. Sabemos que están bien quemadas cuando suenan como una campanita”, explica Ramona. Empezó con este oficio en el año 2000 como un modo de sostener a su familia. “Esta es una labor que Dios puso en mis manos para salir adelante, y hoy me siento orgullosa de lo que hago y de mis hijos”.
Para ella, cada artesanía es también un mensaje cultural. Algunas piezas se inspiran en la cultura Condorhuasi, reconocible por sus tonos negros y grisáceos y sus líneas finas. Otras evocan a los antiguos Tafí, quienes representaban la vida agrícola a través de símbolos como la ranita del agua, el suri de la tierra, la víbora bicéfala del fuego y el cóndor bicéfalo del aire. “La gente que visita mi taller viene buscando eso: cultura, tradición. Les llama mucho la atención la historia de los valles”, concluye.
Quien se adentra en su taller no solo descubre artesanías: vive un viaje al corazón ancestral de Tafí del Valle.
